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Creo que la vida es un continuo viaje, un constante movimiento, una cadena de cambios que hacen que cada día seamos distintos, nosotros y lo que nos rodea. Por eso quiero hacer un check in del ir y venir de mi vida y los que se cruzan en ella, dejo aquí el registro de la ruta de viaje, peso mis maletas y espero en la ventana de cada nuevo día que llegue el momento de emprender de nuevo el viaje.

martes, 30 de agosto de 2011

Truequiemos

Hablar del dinero refiere a las monedas, billetes o tarjetas que utilizamos día a día para obtener cosas que necesitamos, o tal vez no, o bien que no utilizamos y vamos acumulando en el banco o debajo del colchón.

Inicio con esta brillante deducción, casi tan astuta como descubrir que “el agua moja”, para resaltar cómo algo que en teoría es tan sencillo, en la práctica resulta ser la causa de tantas problemáticas, atravesando cientos de fenómenos sociales. Casi podría asegurar que el dinero es el centro de la vida de la mayoría de las personas en el mundo y esto sucede en la medida en que:

La adultez implica trabajar, trabajar quiere decir tener plata, tener plata implica gastar y gastar lleva a tener que gastar más día a día. Nunca tendrá en su bolsillo el dinero suficiente, así es que trabajará más día a día para solventar la falta y claro que entre más acumule mejor tendrá que vestirse, un carro más caro habrá de tener y tendrá que visitar y frecuentar ahora de forma más regular los restaurantes y bares más caros que pueda encontrar.

Y hasta aquí no he dicho más que obviedades, sin embargo toda esta introducción lleva a hablar de mi experiencia de este fin de semana, la cual se encuentra en el opuesto de las ideas que acabo de mencionar. Este fin de semana he vivido y hecho parte de un espacio de trueque, un lugar en el que el valor se sustenta en otros fundamentos y en el que el intercambio produce un goce diferente a si cambiáramos todo un sueldo por un lindo vestido con el que presumirle a todo el mundo lo exclusivos, sofisticados y afortunados que somos; este otro goce nace en cambio desde una experiencia colectiva en el que todos ganan, nadie sale con las manos vacías.

Pero mejor ir al principio para entender esto. ¿Dónde puede darse el truque en un mundo que parece no dar cabida más que a “la ley de la selva” donde gana “el mejor” a costa de lo que sea? Uno de esos lugares es la Minga y por muy hippie que pueda parecerle a algunos, la III Jornada de Truque Urbano Rural, llevada a cabo el pasado domingo 28 de agosto en Choachí, es la muestra que las relaciones económicas pueden también dejar de darse en un ambiente de hostil competencia y surgir de un sano intercambio basado en la confianza.


Claro que no voy a afirmar que esto pueda ser establecido en un orden mundial a corto plazo pero si es claro que hay otras formas de vivir, que hay algo más allá del consumismo excesivo y vacío y que una prenda en manos de quien la necesita es tan valiosa como una bolsa de fresas cultivadas con amor en el campo.

¿Y cómo encontrar ese punto de equilibrio en la balanza para intercambiar las cosas allí? esa fue la pregunta que me llevó a conocer este lugar, sumado al hecho de obstinarme con traer a casa yogurt y queso echo en la zona (de los mejores por cierto). Pues bien, la cosa funcionaba así: por cada cosa que cada amigo citadino llevara (libros, ropa, zapatos, juguetes, elementos del hogar, etc.) le era entregada una minga: unas pequeñas palomas características de Pedro Medina (@yccpedro), fundador de Yo Creo en Colombia quien impulsó esta iniciativa, y/o unos corazones con los cuales se podía ir de compras según la oferta que iba variando con el transcurrir del día. De otro lado los campesinos del lugar que llevaron sus productos también recibieron sus mingas e iban mirando y tomando inquietos los cientos de objetos que llegaron allí, de todo había para escoger y tanto niños como grandes gozaban escogiendo y probándose lo que se ofertaba.


Todo esto pasaba en el Salón Oval, inaugurado este mismo día y ubicado en la casa llamada Centro de Ampliación de Conciencia. Se trata de una construcción en barro, roca y madera que cuenta con el salón donde se llevó a cabo el trueque, una cocina amplia con capacidad para 20 personas, un baño turco con pared de roca y está ubicada en un lote con una quebrada espectacular que da la bienvenida al lugar.

Afuera de la casa se podía descansar en el pasto, tomar jugo de naranja recién hecho, almorzar con un buen sancocho preparado en leña, comer el postre comprado a los lugareños que ofrecían en el lugar quesos, yogurt, mantecadas, etc... Bien merecido el nombre “el jardín del Edén” que destacaba en una pancarta al entrar al lugar.

Bueno el plan ¿no? y además de esto, creo que el mayor encanto que me produjo el evento fue ver familias enteras compartiendo la experiencia, niños educándose de una forma diferente, pasando un rato en familia mientras que descubren el concepto del intercambio, del precio de la oferta y la demanda bajo otros parámetros culturales y económicos, y mientras aprecian que la felicidad de la compra va más allá del mero adquirir y acumular cuando se sabe que en el proceso siempre se sale bien de lado y lado.

Esperaré entonces por todas las razones mencionadas la cuarta versión del encuentro, disfrutaré los frescos alimentos que trajimos directo de donde mejor se cultivan, y ansío verlo por allá si leyó este largo texto hasta el final y le quedó sonando.

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