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Creo que la vida es un continuo viaje, un constante movimiento, una cadena de cambios que hacen que cada día seamos distintos, nosotros y lo que nos rodea. Por eso quiero hacer un check in del ir y venir de mi vida y los que se cruzan en ella, dejo aquí el registro de la ruta de viaje, peso mis maletas y espero en la ventana de cada nuevo día que llegue el momento de emprender de nuevo el viaje.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La heroica ciudad del “coste”

Cartagena es uno de los sitios turísticos más visitados por colombianos y extranjeros. Resulta ser casi una obligación recorrer, alguna vez en la vida, las increíbles calles del centro histórico, bañadas por el mágico color amarillo de las lámparas en la noche, o caminar por entre los lúgubres túneles del Castillo de San Felipe.

Cuando tenía 12 años tuve la oportunidad de estar en Cartagena gracias al espíritu viajero y sobre todo familiar que existía en ese entonces en mi casa. En aquella época recorrimos una buena parte de Colombia en carro: Santander, Sincelejo, Santa Marta, Medellín y un par más de lugares que nos vieron pasar en el Trooper azul que nos acompañó en esa aventura de casi un mes.

Las fotos empolvadas son la muestra de ese trip que desafortunadamente no recuerdo en su totalidad, pero que ha dejado pocas pero vividas historias de ese tiempo en el que disfrutábamos emprender viajes en familia. Ahora los viajes siguen, por suerte, pero cada quien en casa cuenta cuentos diferentes.

Y uno de esos cuentos que agradezco documentar hoy es ese retorno a Cartagena, no la Cartagena que recorrí en pantaloneta y trenzas cuando era niña, sino la Cartagena de mi coste, mi mejor amigo. Cinco años de compartir la universidad, uno de compartir el trabajo, y espero toda una vida para seguir disfrutando de una cercana amistad, me han enseñado a amar lugares que no he visitado, a recordar historias que no he vivido y a extrañar personas que no conocí en su amada Cartagena. Así es que conocer, o mejor re-conocer, esta ciudad que vio pasar buena parte de su niñez y adolescencia, era un compromiso ineludible para mí. Lo curioso es que este año logré volver allí sin prepararlo. La vida juega con nosotros, voltea nuestros planes, se divierte sorprendiéndonos.

Lo planeado era ir de Valledupar a Santa Marta y de allí al Parque Tayrona, otro de esos lugares con los que tengo deuda aún; sin embargo el paso por urgencias de parte de mi compañero de viaje y otra serie de factores hicieron que se descartara la aventura. El quedarme el resto del viaje en Valledupar, no era una opción despreciable, pero mis pocos acercamientos con la costa colombiana y mis siempre constantes ganas de conocer nuevos lugares me impulsaron a empezar a buscar entre mis contactos quien pudiera darme hospedaje, y ahí como siempre estuvo “el coste”.

Y un elipsis en mi cabeza me lleva ya de Valledupar hasta Cartagena, hasta la casa del tío del coste en donde me quedé todos los días en mi paso por la ciudad. Fui consentida allí con la comida, las historias y la compañía en los recorridos turísticos, esta ciudad me estaba siendo prestada como una sala de cine en la que se reproducían las miles de historias que “el costeño” me contaba cuando me hacia capuccinos caseros en la fría Bogotá.

Mientras caminaba por el centro histórico “el flaco”, un primo del coste, me iba contando la historia de las calles, los monumentos, las batallas y las victorias que algún día se vivieron allí, y alternativamente iban y venían en sus narraciones las historias del pequeño coste jugando con sus amigos o emborrachándose de licor, poesía o amor en el calor de Cartagena. Y mientras tanto yo, que no fui parte de esa historia lejana de mi buen amigo, iba imaginándome a su abuela, ese gran amor suyo que ya no está en cuerpo, llamando a viva voz a sus inquietos nietos para que fueran a comer ese mote de queso que nadie más hará como ella.

Entre recuerdos infundados, torres del reloj, castillos majestuosos, arepas de huevo al desayuno, jugos de níspero en leche, cocadas de miles de sabores inimaginables, frutas exóticas vendidas por mujeres vestidas de alegres colores y las sonrisas de los alegres cartageneros que le intentaban vender cuanta cosa se les ocurra a esta rola de sepa, viví por unos días la ciudad del “coste”, esa en la que los colores y el calor resultan ser el mejor ambiente para que nazcan historias míticas, relatos de amor y desamor, encantamientos ancestrales y batallas épicas.

Esa es la ciudad que les recomiendo conocer, ese es el viaje que alguna vez en la vida hay que hacer, como para los musulmanes resulta ser la meca. Y aunque no todos son colores y mágicos espacios, esa otra ciudad que es la gris y caótica, por fuera del centro histórico, también debe ser recorrida, también tiene inscritas miles de historias que nacen, como en toda Colombia, de gobiernos corruptos y desigualdad continua, pero eso es parte del viaje y del aprendizaje que todo camino debe llevar consigo.

Lo invito a conocer la Cartagena de mi coste, el único riesgo es que un desdeñado mototaxi le dé un buen susto en uno de los trágicos tráficos de la ciudad.

Datos para su visita:

De Valledupar a Cartagena el tiquete le cuesta de 30 a 35 mil pesos y el viaje en teoría debe ser de 4 a 5 horas. (En teoría. A mí un trayecto me llegó a tomar once horas por problemas con las vías, pero ya saben, así es el tema de carreteras en nuestro país).

Para movilizarse dentro de la ciudad recomiendo el taxi “colectivo” que lleva a varias personas que van a trayectos similares, el servicio le cuesta de 1500 a 2500 más menos y es la forma más cómoda de viajar en la ciudad. También pueden optar por el metrobus que tiene aire acondicionado y cuesta 1500. En ningún caso recomiendo el servicio público normal, por el calor insoportable, ni tomar mototaxi porque personalmente me parecen unas bestias al volante.

En cuanto a sitios por conocer, es una obligación conocer el centro histórico con todo lo que allí hay: la Torre del reloj ubicada al lado de la Plaza de los coches, el Castillo San Felipe, el Parque Centenario (aunque no de noche, porque es zona de candela), el muelle, el Museo Naval, la Plaza de la Aduana, la Plaza de Armas, el Portal de los dulces, la Plaza de Bolívar, el Palacio de la inquisición, la catedral, la plaza de la proclamación y lo que se me pase.

Parte del recorrido por esta zona debe incluir un paseo por el barrio Getsemaní en donde está la Iglesia de la Santísima Trinidad y donde hay construcciones coloniales muy lindas también, pero con la peculiaridad de contar con un ambiente más popular. Allí acostumbran ir los viajeros más jóvenes a recorrer las calles, tomarse una cerveza en la plaza de la iglesia o irse de rumba a los sitios de la zona, que en una época era zona de prostitución pero que hoy en día es un sitio tranquilo para visitar de día o de noche. Recomendados sitios de rumba para conocer: Bazurto social club, un sitio de salsa del que olvido el nombre pero es muy conocido porque logra generar mágicamente el ambiente cubano de la música que allí se escucha y Mister Babilla. Antes de irse de rumba, no se pierda por nada la caminata nocturna por todo el centro histórico, tendrá una visión diferente del lugar por la iluminación y el ambiente de la zona.

Para ir a darse un baño en el mar o tomar el sol lo mejor es ir al sector turístico conocido como Bocagrande. Finalmente dele un toque a su visita por la ciudad tomándose un jugo de níspero en leche, una limonada de coco o una cerezada, y cómase sin falta al desayuno una buena arepa de huevo y a cualquier hora del día un buen patacón con ogao y carne.